El Bukowski de Harlem

Esta historia sucedió hace muchos años, a partir de hoy, no importa cuando leas esto. 

A Godfrey le empezaron a nombrar de esa manera sus amigos de Lower East Manhattan, un círculo esnobista y odioso que se admiraba con su talento innegable, pero querían hacerlo sentir incómodo y alejado de toda autoconfianza al compararlo con el autor menos leído por él, Charles Bukowski,  aunque el novel escritor reconocía que lo poco que conocía, le resultaba asombroso. 

Su creador favorito era James Baldwin, de quién había logrado adquirir toda su maestría y sensibilidad, posicionándose, sin saberlo,  como una versión de los noventa, totalmente condenada a un éxito verdaderamente grotesco y ensordecedor, una vez que se diera cuenta de su verdadero potencial y talento, como resultado de haber vencido a los demonios que le devoraban la autoconfianza. 

Al estudiar en una secundaria en la parte clase media alta de New York, gracias a sus dotes literarias, conoció a Giulianna, una tierna ítalo-americana de busto prominente a pesar de sus 13 años. «God» la conoció por accidente, ya que se trataba de la hermana menor de Sofía, la linda rubia pretenciosa que terminaría siendo una de las mejores amigas de Louise Verónica Ciccone. Tal para cual. 

Lo que perturbó a este mestizo, mitad puertorriqueño, mitad español, no fueron las prominentes tetas de la adolescente, sino, la simetría y piel de porcelana que le daban un aspecto victoriano a la pequeña ninfa inocente, a quien superaba en edad por 4 años.

La magia de su mirada y su voz algo grave hacía que el autor en ciernes produjera poemas, canciones y hasta cuentos que años después fueron publicados con éxitos en los diarios de New Jersey, donde contaba con gran aceptación de la comunidad ítalo-americana que abundaba en el lugar. Bueno, quizás era porque nunca habían visto su foto. 

En años posteriores,  también empezó a ser respetado en la ciudad de New York. Los diarios más prestigiosos, tanto de izquierda, como de derecha, se peleaban por publicarlo, porque su obra era tan profundamente ambigua y alegórica que dejaba en la imaginación de sus lectores una telaraña de fuego con su prosa inocente, sagaz y siempre causante de grandes interrogantes.

Retornando a esos primeros años de formación, donde empezó a abrir los ojos de la escritura con el alma y vestiduras rasgadas, indudablemente era un neo romántico enamorado. 

Formó parte de la revolución cultural de esos años fundacionales. Estaba siempre en contacto con todas las figuras del Hip-Hop y el Punk Rock de esa época. La gente le pedía su primera publicación para consagrarlo. 

Lo que trastornó un poco su existencia fue cuando un amigo pintor, drogadicto y grafitero, Juan Miguel, se había liado en un trío con Louise Verónica y Sofía, quedando adicto a esta última, como si se tratase  de la última versión de estupefaciente químico lanzado por el  FBI o la CIA, para seguir manteniendo a raya a los negros y continuar con la apropiación cultural más cruel de la historia. 

Uno de esos días de fin de semana, Juan Miguel o Jean-Michel, sufrió una especie de síndrome de abstinencia del coño mojado de Sofía y también, por supuesto, de todas las drogas recreativas que consumía. Eso lo llevó a aparecerse con una pandilla de grafiteros del hip-hop, para hacer obras de arte en uno de los rascacielos más lindos de Manhattan, donde vivían estas ninfas post romanas. 

El motivo que impulsó al joven «God» a unirse y apoyar a su amigo Jean-Michel, en tan desfachatada aventura, era el hecho de experimentar lo mismo que sentía su colega, pero con Giulianna, la hermana de su chica. 

Eran el típico par de caucásicas que siempre iban a negar cualquier romance con una dupla de negros, intelectuales y muy de moda. Lo mismo le pasó al salsero Osmar, del Bronx, cuando escribió en sus memorias que la actriz Azucena Rubia, del sur de Italia, había sostenido un tórrido romance con él.

El secreto se mantuvo por mucho tiempo, hasta que salió publicado el libro. La respetable señora, negó categóricamente haber “intimado alguna vez con ese simio falto de clase y estilo”.   

Luego del desafío de los grafitis emprendido por el inadaptado Juan Miguel, la autoritaria madre de las chicas elevó su grito de indignación al cielo y les prohibió terminantemente que vieran a personajes que no tuvieran la clase social o pigmentación de la “honorabilidad y pureza norteamericana”.  

Prefería morir de la manera más espantosa y trágica antes de ver a sus hijas teniendo descendencia de gente proveniente de Harlem. Les hizo prometer sobre la biblia y sobre la tumba de sus abuelos que jamás tendrían que cometer semejante deshonra. 

El padre de las chicas, un heredero francés, de bisabuela haitiana las regañaba enérgicamente debido a la presión ejercida por su esposa, pero él sabía que no poseía la moral para exigir tal cosa, debido a que sus antepasados ya arrastraban ese imperdonable error, que no se notaba mucho, debido a su inmensa riqueza. 

Igualmente, Mr. Boniface, tampoco se caracterizaba por ser un líder en el hogar. El tanque de tiburones de los negocios era una cosa, su vida familiar era otra historia. Amaba a Dora por encima de lo que fuera, desde el primer día que la vio y desde entonces no ha vivido más que para complacerla. Tal y como quería hacer el novel escritor con su hija menor. 

La imponente Dora se encargó de mover todas sus influencias para que Godfrey fuera expulsado del instituto, pero no tuvo éxito alguno, porque sería muy arriesgado expulsar de la noche a la mañana a un estudiante con antecedentes sin mancha y futuro prominente, que no había cometido ninguna falta dentro de la institución, aunque se rumoraba que el grupo de vándalos con quienes andaba habían sido detenidos y reseñados.  

Nada de eso era cierto. Fue un golpe impecable con la investidura de la locura juvenil que está en el borde de la línea de la estupidez causada por las hormonas y la delincuencia juvenil. 

Jean-Michel y el resto del grupo de los grafitis eran jóvenes de la calle. No estudiaban. Solo se dedicaban a buscarse la vida para sobrevivir y hacían su arte bajo la influencia del alcohol y las drogas más temibles para evadirse de la cruel realidad. 

Además, Jean era un pintor único, y también ya se había granjeado una reputación de creativo inadaptado. Ejercía un magnetismo envidiable en todas las mujeres de cualquier clase social. El olor de la calle las volvía locas. 

El hecho pasó al olvido rápidamente debido a los auténticos problemas que azotaban a toda la sociedad: violencia, narcotráfico y una economía explosiva. 

La epidemia del crack en las comunidades menos favorecidas se cobraba vidas. El H.I.V. el papiloma, la sífilis, la heroína. Las guerras de pandillas opacaban cualquier experimento delictivo de categoría menor. 

La distancia entre el enamorado y su pretendida se instaló hasta sumirlo en el éxtasis de la ensoñación. Ahí fue cuando el volcán creativo explotó en un torrente de poemas, relatos, letras de canciones y hasta guiones.

Era la primera vez que «God» alcanzaba un pico creativo gracias a esa ausencia de amor físico y espiritual hacia su musa. Se convirtió en un escritor maldito impulsado por el combustible del sufrimiento y el vacío. 

Precisamente, el tipo de creatividad que el renegado y pragmático Bukowski aborrecía. Aunque era el escritor maldito por excelencia

Su círculo le gastaba bromas y él se enojaba fervientemente. 

-¡¿Qué sabe el alcohólico ese?!.  ¡El arte es sufrimiento y el sufrimiento es arte!.

En su entorno familiar era visto como un raro, aunque su talento era respetado, sus padres se preguntaban por qué no iba a las fiestas del barrio, ni salía con sus vecinas. 

Los rumores de sus actos vandálicos en compañía de malvivientes habían aterrizado en la familia, a pesar de haber sucedido hace tiempo.  Sus padres querían ser muy conservadores, pero no porque profesaran fidelidad y práctica a su religión católica, sino porque tenían pavor del fenómeno conocido como el “Qué dirán”.

 La blanca inocencia del papel resiste todo: tinta, sangre, ira. Godfrey se propuso ser un gran escritor para vengarse de todos los que impedían cumplir su juvenil deseo de poseer a Giulianna. En los micrófonos abiertos de los lunes en el CBGB ya era residente. 

Se emborrachaba luego de cosechar apasionados aplausos y luego volvía a subir en estado de ebriedad para improvisar. 

Su mirada fija en la puerta, alimentando esa fantasía de verla aparecer en el umbral. Las amigas de ella hacían todo lo posible por separarlos, pero no para cuidarla del amargo «Qué dirán» que también sufría su familia, sino porque querían consolar al despechado autor. Él las aborrecía a todas. 

Esa etapa se llamó sublimación extrema: afiches de afamadas chicas Playboy, copa 34B, películas románticas, conciertos de Hip-Hop, Punk, Hardcore, Metal y sexo intenso combinado con altas dosis de masturbación. Lubricados con litros de alcohol. 

Ya era más bien una obsesión. La chica no daba señales. Jean-Michel, hace rato que se había olvidado de Sofía. Estaba saliendo con su amiga Loise Verónica. Ella sucumbió ante su magnetismo callejero y el dinero que le estaban dando sus cuadros, ayudado por su mentor. El anciano de la sopa. 

En su círculo en común le decían que se olvidara. No valía la pena. La chica no lo buscaba, no hacía ningún esfuerzo por coincidir con él.

 Estaba demasiado vigilada por su familia y amigos. Había chicas que no lo dudarían para ser sus novias, sin embargo, el mulato creador las consideraba inferior a su musa prohibida.  Cometió el fatal error de colocarla en un pedestal. 

Su carrera iba en ascenso. Fue aceptado con una beca en la universidad y pronto saldrían a la venta dos antologías de jóvenes escritores editadas por Penguin Random House y Simon & Schuster. Eso le dio el brío para buscar a su amada y hacerle la propuesta definitiva que sellaría sus destinos.

 El intrépido Godfrey, con mucha confianza en su talento y capacidad artística, pero, por sobre todo, apoyado en su desesperante amor por Giulianna, le pidió una cita para visitarla en el mismo castillo en Manhattan que lo había proscrito. Ella aceptó a pesar de las descarnadas negativas de su madre.

Desde su llegada al recinto, fue recibido por la cándida chica que contemplaban sus enamorados ojos de James Baldwin. Ella ya contaba con 15 años. 

Godfrey soñaba con poseerla de la forma más salvaje que sus hormonas le clamaban, ahí mismo, en el ascensor. Pero, compostura ante todo. 

Dora vio llegar al indeseable de los barrios bajos, con aspiraciones a querer adueñarse de su preciada niña «Pervertido engreído»» pensó ella. 

Mister Boniface, la previno de cometer cualquier conducta digna de reproche.

 Él veía que el chico era bueno, talentoso y con un buen futuro, pero coincidía al 100% con su esposa de que él ni nadie proveniente de Harlem, merecía a su hija, a menos que se tratase de una de las tradicionales familias de ricos comerciantes de ascendencia europea, que aún conservaban propiedades y negocios en la zona. 

En el gran living con vista al río y a la zona más próspera de la metrópolis, charlaron de miles de temas como si tuvieran toda una vida juntos y el resto de la existencia en el planeta tierra.

El tiempo y el espacio era sentido por ambos como si fuera una creación de sus miradas, sus frases, sus sonrisas. 

Godfrey tenía pulso y latidos acelerados. Su circulación también se había concentrado en la entrepierna, haciéndole sentir una regia erección que le provocaba excitación y culpa, algo muy de católicos. 

La química era innegable, aunque era Giulianna quien estaba en total control de la situación. Su mirada, su voz, esa ronca melodía que emanaba de sus cuerdas vocales se talló a fuego en el cerebro del aspirante a obtener su preciado amor 

Las dificultades comenzaron cuando «God», que se había propuesto pedirle que fuera su novia, porque se había enamorado perdidamente de ella y además, comprobó durante su visita que la química era innegable y  se veían demasiado bien juntos.

 Por fin, hubo un silencio incómodo luego de un estallido de risas. Sus miradas se conectaron perfectamente, él avanzó con todo, usando sus labios como veloz caballería al ataque.  

Ella esperaba esa avanzada y se preparó. Godfrey se acercó, su corazón y sus testículos estaban a punto de estallar. El contacto era inminente, pero de pronto, la mano de ella se interpuso y le preguntó qué estaba haciendo. 

El enamorado se detuvo en seco y sintió como algo dentro de su ser se desmoronaba. Empezó a sudar e intentó recobrar la compostura y no halló mejor forma de querer ganar la batalla, esta vez utilizando la fuerza de las palabras.  

Pudo hallar cada vocablo, el tono y el ritmo perfecto para expresar todo lo que sentía como ser humano al disfrutar de su indispensable compañía.

Ella recibió cada palabra como agua que regaba una flor en crecimiento y la chispa de su mirada cobró más vida. Godfrey le pidió, con sentimiento, maestría y elegancia, que fuera su novia.

Con toda la luz y alegría en su rostro, Giulianna selló sus destinos con un maravilloso y angelical “No”.

Contra todo pronóstico, la ninfa y musa de esta historia había puesto una barrera de acero frente a un bólido que corría a 300 kilómetros por hora. 

El escritor sintió el inesperado impacto contra el “No” de su pretendida y sintió como todo dentro de su ser quedó hecho pedazos. 

Tanto extrañarla, desearla y anhelar la unión con ella, de quien pensaba era la chica de su vida, la que sería testigo y sostén de su prominente carrera como escritor y que, de la misma manera, compartiría sus sueños con él, para verlos cumplidos también, en verdad, tenía otros planes.  

-Me parece que estamos yendo demasiado rápido.

La expresión del boricua tendría que ser desoladora cuando ella remató con la siguiente frase: 

-Tranquilo, el que quiere… Puede. Sé que si te esfuerzas, te puedes ganar mi amor y podremos estar juntos.

Godfrey había pasado toda su vida esforzándose: en los estudios, en poder llegar a tiempo a clases a pesar de la lejanía. Trabajó el doble para sobresalir, debido a que su procedencia y color le jugaban en contra. Seguramente tendría que luchar el triple para obtener un cargo profesional digno. 

¿Y también tendría que esforzarse para ser correspondido en el amor?

Para él fue suficiente. Se despidió amablemente y jamás la volvió a ver. La herida estaba abierta y en carne viva.

El resentimiento le hizo triplicar el número de poemas, artículos y cuentos. Jamás había estado tan obsesionado con la escritura. Y el alcohol. 

Cambió las bibliotecas por los bares y tugurios de declamación. Su genio artístico era innegable.

Ese talento para escribir lo llevó a la radio, donde escribió varios programas para conocidos periodistas caucásicos que ofrecían muy buena paga. 

Se encontraba preparando un libro de cuentos. Jamás mantuvo la suficiente concentración para escribir una larga novela. En eso se parecía más al escritor argentino Jorge Luis Borges, uno de sus referentes fantásticos, al igual que el escritor local de origen Libanés Kahlil Gibran. 

El buen dinero tocaba a la puerta de su nuevo loft de alquiler en el Soho. Su día a día era el de una estrella en ascenso. Él vivía en venganza contra ella y toda su estirpe. Se refugiaba en pieles curtidas por la noche y su desenfreno. 

Vodka, Ginebra, Ron, Coca. Música que hacía vibrar las paredes con la última tecnología del compact disc y sus torres de parlantes de sonido Dolby- Surround. 

Esa actitud de vendetta se avivó años después, cuando estando por primera vez en el festival de Cannes, presentando su primera película como guionista, se enteró por medio de un amigo neoyorkino que era coreógrafo de artes marciales en Hollywood, que la bella Giulianna ya tenía 4 años de casada y una hija de 2. 

La película que escribió estuvo entre las finalistas, pero no ganó ningún premio. Esa misma mañana regresó a New York. En su Babilonia natal logró enterarse de que su antigua musa, a quién no veía desde hacía 8 años, se había casado con un nativo de Harlem. 

La avenida 18 de ese barrio era una de las más largas y cosmopolitas del lugar. A pocas cuadras de él vivían los respetados Orssenna, de quien, se decía, eran primos terceros de los Scorsese. 

 La familia tenía años viviendo ahí sin ningún problema. Todos residían en un lujoso condominio, mitad victoriano, mitad art decó. 

En los diferentes pisos habitaban la Nona y sus hijos, con sus respectivas familias. Eran vecinos amables, respetados y queridos.

 Tenían supermercados, pizzerías, ferreterías y habían ayudado con generosos donativos a construir la escuela de la Virgen de la Sagrada Misericordia, junto con su capilla. 

Algo que toda la comunidad ítalo-americana de New York y alrededores, había elogiado con sumas muestras de apoyo. Giulianna era la esposa de uno de los nietos de la nona Orssenna.

“Un maldito de la 18 Avenue de Harlem”. “Har-lem” . La ironía hacía reír a carcajadas al escritor, tan potentes eran que le humedecían los ojos.

 Lloraba de la risa, o eso parecía, aunque por dentro podría haber fuego y destrucción. “Ni siquiera se casó con un Yuppie de Wall Street”. 

Esos pensamientos recurrentes le llevaron a cambiar de aires. La Costa Oeste le ofrecía más posibilidades de dedicarse a su escritura y profundizar más en su carrera como guionista. 

Antes de irse del barrio y la ciudad, Godfrey fue hasta el edificio de los Orssenna bajo los efectos del alcohol y estuvo frente a la residencia alrededor de 25 minutos. Se descalzó sus zapatillas y las arrojó contra la ventana del departamento que le había obsequiado la Nona a su nieto Richie, por tener una esposa tan adorable.  

Los calzados voladores se transformaron en polainas que chocaron contra la ventana y rebotaron hasta enredarse en el tendido eléctrico.

Cuando alguien era asesinado, se acostumbraba a tirar sus zapatillas en los cables, como especie de rito memorial. Señal de advertencia para los ingenuos y forasteros de que estaban pisando terreno hostil. 

Los contactos literarios y periodísticos del escritor en huida, se encargaron de conectarlo con el L.A. Weekly.

Además, un estudio se interesó en él como lector de guiones y encontrar buenos proyectos. Se mudó a un amplio y costoso departamento en la calle Sunset de Los Ángeles, California. 

Ahí se sentiría seguro y protegido de las tentaciones del amor y el querer formar una familia. En la profundidad de su ser, se sentía un maldito que no se merecía nada. 

Una noche, después de un hostil y pintoresco recital de N.W.A. Las redadas sorpresa que tendía la policía para reprimir a la comunidad afroamericana, llevó a Godfrey a huir de la cacería de la que eran víctimas.  

Terminó como siempre, bebiendo solitariamente y escribiendo numerosos fragmentos de poemas en las servilletas, en un lugar llamado Musso & Frank Grill, un bar de Hollywood, cerca de Capitol Records, que muy rara vez recibía gente de su talante.

 Su billetera tenía suficiente efectivo para hacerse ver como un caucásico habitual. Le ofrecieron una mesa, pero prefirió ubicarse en la barra, para ahorrarse tiempo en la frecuente adquisición de vodka con jugo de naranja. 

Era una de esas veladas angustiantes en las que escuchaba constantemente el martilleo de “Un maldito de Harlem, como yo”. 

 Escribía con ensañamiento, siempre en búsqueda de venganza contra la vida que le había tocado. Cada servilleta desgarrada con palabras de desenfreno que se llenaba, pasaba a sus bolsillos. Al día siguiente, pasarían a la fase estructuración de algo que tuviera sentido, en su máquina de escribir eléctrica Olivetti.

Una voz ronca y curtida lo sacó de su encierro. 

-Eh, muchacho, estás perdiendo tus versos incendiarios. 

Godfrey se volteó y ahí estaba él. El mismísimo Charles Bukowski le extendía una de sus servilletas escritas, que se le había caído al piso. Tomó el delicado plegue de papel y le agradeció. 

-Muchas gracias, señor. Permita que le invite a un trago, si no está usted muy ocupado. 

-Todavía no ha nacido la persona a la que le rechace un trago. 

El novel escritor no quería demostrarle que lo conocía, pero sin duda sabía que el viejo lo sospechaba. No era nada tonto y seguramente estaría acostumbrado a ese tipo de situaciones. El veterano hombre de letras pidió un whisky doble. Godfrey pidió otro destornillador. 

Ambos conversaron de la vida, la escritura y sobre todo, las mujeres. El viejo Charles llevaba la batuta de la tertulia mientras el joven se limitaba a escuchar con asombro y admiración sus anécdotas. 

-¿Es una chica la que te tiene escribiendo como un condenado? ¿No es cierto? 

Godfrey asintió con vergüenza mientras apuraba su trago. Ya estaba poseído por la intoxicación etílica. “El Buko”, también, en plena ebullición de whisky, sintió que ese tonto joven que se creía escritor merecía aprender cómo funcionaba la vida. 

-Lo que sea que te haya hecho, te lo mereces. Debes aprender a no poner a ninguna de esas putas en un pedestal. Te quedan muchas almejas que saborear muchacho. Solo limítate a disfrutar del menú y deja de escribir por despecho. Eso no es de verdaderos escritores.

Godfrey no pudo controlar su reacción 

-Es muy hipócrita tu afirmación cuando has hecho cientos de poemas y cuentos inspirados en tus experiencias personales con las mujeres. 

El veterano hombre de letras no pudo evitar reír a carcajadas. Su contertulio se sentía agredido por la actitud despectiva ante su proceso creativo. 

-Eres de esos que cree que el mejor arte se produce en el estado de sufrimiento. ¡Imbécil! 

-¡¿A quién le estás llamando imbécil, viejo alcohólico?!

Bukowski siguió provocando a Godfrey con su cinismo

-Por tu forma de tomar esos destornilladores, no estás tan lejos de acompañarme a las reuniones de doble A

-Me parece que tu tribu local de adoradores esnobistas te ha hecho pensar que eres el mejor escritor de la tierra. 

-En eso estoy del todo de acuerdo contigo boricua: juego de local, no se te olvide. Esta ciudad te va a masticar y escupir como un buche de tabaco barato. 

Godfrey se levantó violentamente de su asiento. El viejo Charles reaccionó por reflejo y se puso en guardia, su gruesa anatomía se balanceaba ligeramente, producto de las copas. El ambiente en el restaurante se había tornado sombrío y hostil. 

El neoyorkino sacó 300 dólares de su billetera y los tiró en la barra. 

-Aquí tiene señor, los tragos del poeta van por mi cuenta y quédese con el cambio. 

Bukowski bajó la guardia y dejó escapar otra carcajada. Godfrey dio la vuelta y se marchó. 

-Muchacho, no se te olvide mi consejo. Escribe porque lo necesitas. Yo lo hago  porque tengo que hacerlo y para ello puedo hablar de una borrachera y un polvo con una loca de mierda que vive en una casa llena ratas o sobre mi aborrecimiento de la raza humana y su esclavitud laboral. Da lo mismo, siempre y cuando me pueda dislocar los sentidos con alcohol para producir obras que pagan mi mansión. 

Muchos años después, el señor Godfrey repetía textualmente las palabras que le gritó Charles Bukowski. El escritor maldito convertido en mito y modelo a seguir, debido a su prolongada ausencia del plano terrenal. 

Han pasado décadas desde que el consagrado poeta no está en la tierra. Ahora, Godfrey ocupaba su lugar de veterano hombre de historias estremecedoras que se juega la vida en forma deliberada, ejerciendo su corresponsalía de guerra en Kiev, para venderla en forma mercenaria al mejor postor de Europa u occidente.

Armado con su cámara de video y su reputación de anónimo escritor. Los portales web de más prestigio aún le pagan muy bien por sus descarnadas historias de lo que sucede en ambos frentes.   

En un improvisado bar creado de los escombros de un estacionamiento bombardeado, Godfrey pronuncia el mismo evangelio de la escritura que le gritó su efímero enemigo en ese bar de los Ángeles. 

Su barba y sus dreads le dan un aspecto de sabia indigencia. No solo usa el teclado como un arma, también porta una Glock calibre 22 por si se le viene la parca con uniforme de comando. 

Los periodistas que se congregan a escuchar sus anécdotas aceitadas con vodka atienden sin chistar a su capacidad hipnótica de contar historias, también en forma verbal. 

Las generaciones de periodistas más jóvenes le habían apodado el Bukowski de Harlem, apodo que seguramente habría detestado, porque él soñaba con ser como James Baldwin.

La última que se le vio, se movía solitariamente entre la neblina y las sombras de la ciudad de Koriukivka, en búsqueda de la historia de un comando de guerrilla formado por mujeres del pueblo, en clara reacción al ver morir a sus padres, hermanos y esposos a mano de los rusos.

“God” llevaba meses queriendo escribir sobre esas heroínas y eso lo llevó a sumergirse en terreno desconocido, impulsado por el calor del vodka y la sed de hallar algo apasionante que contar. 

Mientras se movía con cautela por el desconocido paisaje, escuchó claramente la voz del viejo Bukowski, quien volvía a gritarle. 

-Debes aprender a no poner a ninguna de esas putas en un pedestal. 

Seguidamente, la potente luz de un obús en el cielo iluminó todo. 

FIN

(c) Edwing Salas